Honor y gloria a los caídos en Curupayty

Curupayty, ese nombre que retumba como un trueno en la eternidad, escrito con la sangre de héroes en las páginas inmortales del Paraguay. Allí, en ese campo donde la tierra bebía la sangre de sus hijos, cinco mil guerreros se alzaron como titanes, invencibles, frente a veinte mil enemigos, tres naciones unidas en una alianza perversa que pretendía borrar lo que jamás podrían comprender: el alma indomable del pueblo paraguayo. No sabían, no podían entender, que, en este suelo bendito, donde el viento trae consigo el susurro de los ancestros, nacen hombres que no temen a la muerte, que la desafían con una sonrisa, sabiendo que su lucha no era solo por ellos, sino por familia, su libertad, su Paraguay.

En las trincheras, donde el barro se fundía con la sangre, no hubo lugar para la duda, no hubo espacio para el miedo. Cada paraguayo, desde el más joven hasta el más experimentado, sabía que ese día no era solo una batalla más, era el despertar de un gigante dormido, el resurgir de un pueblo que jamás se rendiría, ante nada ni nadie. Cinco mil corazones, que no contaban enemigos, sino ideales, avanzaron con el alma en llamas, con el pecho firme como el hierro, como un río poderoso que jamás se detiene, llevando en sus manos el peso sagrado del honor y la libertad.

Los extranjeros, aquellos que jamás comprendieron nuestra furia, decían que bebíamos caña con pólvora, que López nos había convencido de que quienes caían resucitarían en Asunción. Pero no sabían, no podían entender, que nuestro valor no venía de mentiras, sino del amor más puro e inquebrantable por la patria. José Eduvigis Díaz, ese héroe inmortal, cabalgaba entre sus hombres no como un líder lejano, sino como un soldado más, con el mismo corazón indomable que latía en cada pecho paraguayo, firme como la viva que protegía al Paraguay.

Curupayty no fue solo una batalla, fue un canto épico, una sinfonía de coraje que resonó en los cielos y que marcó para siempre la historia del mundo. Cinco mil contra veinte mil, pero esos cinco mil guerreros llevaban consigo la inmortalidad de quienes luchan por lo que aman, la inmortalidad de quienes defienden su tierra, su libertad.

El campo se cubrió de cuerpos, pero no de derrota. Cada soldado que cayó en Curupayty no murió, se levantó en el corazón de su pueblo, porque se volvió parte del alma misma del Paraguay. Los aliados, aquellos que antes nos despreciaban, comenzaron a temernos, a respetarnos, porque vieron en nuestros hombres una voluntad que ni la muerte podía doblegar.

Hoy, al recordar ese glorioso 22 de septiembre, el alma de cada paraguayo arde con la llama eterna de Curupayty. No fue el número ni la estrategia lo que nos llevó a la victoria, fue el amor inconmensurable por la patria, fue la furia sagrada que ardía en cada uno de esos cinco mil valientes. Curupayty fue nuestra victoria, la victoria del coraje, del honor, del Paraguay que jamás se rinde.

Eduvigis Díaz, ese titán que guió a sus hombres hacia la gloria, inscribió su nombre en la eternidad, no con palabras, sino con cada paso firme que dio entre las trincheras, con cada golpe de su espada sobre el enemigo. López, nuestro mariscal, sabía que en esos guerreros corría la sangre de la libertad. No luchaban por un hombre, luchaban por el alma misma de la nación, por esa libertad que no se entrega, que no se vende, que se defiende hasta el último suspiro.

Hoy, que el mundo entero sepa que en Curupayty nació una leyenda, una leyenda de valor, de sacrificio, de un pueblo que jamás fue pequeño, que siempre fue grande, no en números, sino en espíritu y corazón. Somos hijos de esos cinco mil guerreros, llevamos en nuestras venas el coraje de quienes lucharon sin miedo, de quienes defendieron su patria con cada fibra de su ser.

Que cada persona que lea estas palabras sienta en su piel el fuego sagrado del paraguayo, que comprenda que este pueblo, aunque pequeño en apariencia, es inmenso en valor. Nosotros, los herederos de Curupayty, jamás olvidaremos, porque somos el eco de esos héroes, somos el grito de libertad que aún resuena en cada rincón de nuestra nación.

Honor y gloria a los caídos en Curupayty, que su sangre jamás sea olvidada, que su memoria sea eterna en los corazones de todos los paraguayos, y que su legado viva para siempre.

Autor: Lic. Hugo Alessandro Cicciolli Almada

Coordinador de Carrera de la Facultad de Educación a Distancia y Semipresencial

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