Oda a la Mujer Paraguaya

Hubo un tiempo en que la tierra de los guaraníes lloró su sangre, en que el viento llevaba lamentos y las sombras de los caídos se aferraban al suelo como un eco eterno. Un tiempo en que la patria quedó huérfana de hombres, rota por la guerra, despojada de su sangre joven, y se creyó que todo había terminado. Pero entonces, como un milagro nacido de las cenizas, se alzaron ellas. Las mujeres paraguayas, titanes de carne y hueso, que con sus lágrimas regaron la tierra y con sus manos la hicieron renacer.

No hubo tregua para su dolor, ni descanso para sus cuerpos agotados. Con la piel marcada por la intemperie y los pies hundidos en la miseria, recogieron los escombros de una patria agonizante y la sostuvieron sobre sus hombros. No con quejas, sino con la firmeza de quien no puede rendirse, porque en su vientre llevan la semilla de un pueblo que no puede morir.

Fueron madre y padre, hogar y trinchera. Convirtieron el hambre en fortaleza, la soledad en escudo, el dolor en himno. Ellas, que no tuvieron más que sus manos desnudas y su fe indomable, tejieron de nuevo el tejido roto de la historia, bordando con hilos de sacrificio cada rincón de la patria herida. En sus miradas ardía el fuego de las que no conocen la derrota, en su voz temblaba la furia de las que aprendieron a ser invencibles.

Dijo el Papa Francisco con la voz temblorosa de admiración que las mujeres paraguayas fueron las que, en su heroísmo callado y doloroso, reconstruyeron su pueblo de las cenizas. La más gloriosa de América, las llamó, y cuánta razón llevaban sus palabras, porque no hay epopeya más grandiosa que la que ellas escribieron con sus propias vidas.

Por eso, cada 24 de febrero, el Paraguay recuerda y honra a las Residentas. Aquellas mujeres que en un acto de amor absoluto a la patria dieron todo lo que tenían y más. No solo entregaron su oro, sus pertenencias más valiosas y sus últimos ahorros para sostener la lucha. Ofrecieron a sus esposos, a sus hijos, a sus padres, viendo partir a sus seres más amados con la incertidumbre de si volverían. Y cuando la guerra les arrebató todo, cuando la sangre de los suyos regó los campos de batalla, ellas mismas tomaron las armas, defendieron la patria con su propio cuerpo, enfrentaron el fuego enemigo con el coraje de quienes saben que no hay mayor causa que la libertad. No lloraron su destino, se fundieron con él. No pidieron piedad, dieron hasta la última gota de su sangre.

Las llamaron viudas antes de tiempo, las llamaron huérfanas de una patria mutilada, pero nunca las llamaron vencidas. Cada piedra colocada, cada semilla sembrada, cada hijo criado con valentía fue una declaración de guerra contra el olvido. Ellas no claudicaron. Ellas no se permitieron un suspiro de rendición. Ellas alzaron la frente, miraron el horizonte y dijeron seguimos.

Hoy, cuando el Paraguay se alza con orgullo, cuando sus campos reverdecen y su historia resuena con dignidad, es imposible no ver sus huellas en cada rincón. Son las mismas mujeres que hoy siguen luchando, en las calles, en las escuelas, en los hospitales, en cada hogar donde la patria sigue latiendo con la misma fuerza con la que ellas la salvaron. Porque la historia no es solo la que se escribe en los libros, sino la que se graba en el alma de un pueblo que debe su existencia a aquellas que, con las manos vacías y el corazón inmenso, hicieron lo imposible.

Pero esta historia no quedó en el pasado. Hoy, la mujer paraguaya sigue siendo la que se levanta antes del amanecer, la que oculta sus lágrimas detrás de una sonrisa, la que enfrenta el hambre, la que protege a sus hijos con su propio cuerpo, la que lucha cada día sin permitirse caer. Es la que carga las penas del mundo sin quejarse, la que pelea batallas invisibles sin esperar aplausos. Es la que camina largas distancias para llevar el pan a su hogar, la que trabaja de sol a sol sin descanso, la que se enfrenta al dolor sin doblegarse. No se rinde, porque rendirse nunca ha sido una opción.

En cada esquina, en cada rostro, en cada historia silenciosa, la mujer paraguaya sigue construyendo su nación. Con su fuerza, con su amor, con su sacrificio inquebrantable. Y mientras el mundo sigue girando, ellas siguen firmes, sosteniendo en sus hombros la vida misma.

Que nunca falte en nuestros labios el reconocimiento a la mujer paraguaya. Que su historia no quede relegada a un rincón olvidado, sino que arda en cada palabra, en cada canción, en cada corazón que late bajo esta bandera. Sin ellas, no habría patria, no habría futuro, no habría leyenda.

Benditas sean las que lloraron y siguieron adelante. Benditas sean las que no se quebraron, las que hicieron de su dolor una razón para continuar. Benditas sean las que reconstruyeron Paraguay con sus propias manos y que, hasta hoy, siguen siendo el alma de esta nación inmortal.

Autor: Lic. Hugo Alessandro Cicciolli Almada

Coordinador de Carrera de la Facultad de Educación a Distancia y Semipresencial

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