Es un hecho innegable que desde mediados del siglo XX, la ciencia y la tecnología, actividades cognitivas, se han convertido en el motor de la economía. Este fenómeno ha sido calificado como el advenimiento de la sociedad posindustrial (Bell, 1976), de “la tercera ola” (Toffler, 2006) o de la economía o sociedad del conocimiento.
Para el economista Fritz Machlup (1962) la información y el conocimiento constituyen un factor estratégico; un elemento generador de riqueza de tal magnitud, que podemos hablar de la existencia de una economía basada en el conocimiento.
La masiva incorporación a la actividad económica de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), los efectos del proceso de mundialización económica y el cambio en los patrones de consumo de las familias sientan las bases de un importante proceso de transformación económica, que podemos resumir en la transición hacia una economía basada en el conocimiento.
En la era actual en la que nos toca transitar, la mercancía de mayor valor, es “el conocimiento”, ya que determina una ventaja estratégica en relación a los demás actores del sistema económico. El conocimiento se genera en un sector especial –el que ahora conocemos como investigación y desarrollo (I&D)– mediante un proceso de producción en el que intervienen el capital y una fuerza de trabajo especializada con una fuerte influencia de la academia aportando nuevos niveles de conocimiento.
Ante los hechos de los que somos espectadores, es posible considerar que existe una relación incremental entre el ritmo de las innovaciones y la economía del conocimiento, incluso el Banco Mundial otorga gran importancia a la consolidación de los sistemas nacionales de innovación; por otro lado, basta con revisar las publicaciones especializadas para evidenciar que existe mayor producción colectiva del conocimiento, y finalmente gracias a las redes se realiza una mejor difusión de los nuevos desarrollos tecnológicos.
El Banco Mundial (2003), define al sistema nacional de innovación, como una red compuesta de diversos elementos: organizaciones productoras de conocimiento; un marco económico y regulatorio pertinente; compañías innovadoras y redes de empresas; adecuada infraestructura de comunicación; acceso a la base global de conocimientos y ciertas condiciones de mercado que favorecen la innovación.
La necesidad de establecer sistemas nacionales de innovación hace referencia a la obligatoriedad de incorporar los resultados de la investigación (información, conocimiento, innovaciones tecnológicas) a la economía si se espera que el conocimiento la transforme.
Para que la transferencia de los resultados de investigación funcione, es necesario establecer derechos sobre los productos de la investigación. Los derechos de autor, las patentes, las marcas y todas las formas que asume la protección de la propiedad intelectual tienen ese objetivo.
Cuando llega al mercado un producto resultado de la investigación, y genera un modelo de protección intelectual y se genera el uso del bien o servicio, estamos ante una real innovación, ya que se genera una transacción económica y por lo tanto riqueza para los actores del proceso.
El ciclo del proceso de investigación hasta el mercado, es la ruta que debemos transitar para mejorar la competitividad de nuestra nación y generar una generación de emprendimientos basados en las Ciencias y Tecnologías.
Bibliografía consultada:
- Bell, D. (1976). El advenimiento de la sociedad postindustrial: Un intento de prognosis social. Alianza Editorial.
- Toffler, A. (1980). La tercera ola. Plaza & Janes, S.A.
- Machlup, F. (1962). The Production and Distribution of Knowledge in the United States. Princeton University Press.
Enlaces de referencia:
- Banco Mundial: https://openknowledge.worldbank.org/home
- OECDE: https://www.oecd-ilibrary.org/
Autor: Guillermo López, Director de la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación de la Universidad de la Integración de las Américas. Diciembre de 2024. Asunción.